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Si tuviese que comprar un teléfono ahora, compraría el Fairphone 3.

Si tuviese que comprar un teléfono ahora, compraría el Fairphone 3. Aunque la opción más ecológica es siempre continuar usando el teléfono que ya tienes. 


Me preguntaba el otro día Hugo Armas por mi experiencia con Fairphone y este artículo recoge lo que le contesté. 

Mi visión sobre el tema no es parcial (ni falta que hace). Tuve un Fairphone 1, Sofía un Fairphone 2, e invertí cuando lanzaron una campaña de micro inversiones para financiar el desarrollo del Fairphone 3 (consiguieron 2.5 millones de euros). 

En España no hay distribuidores, así que la opción principal es comprarlo online, pero parece ser que algunas telecos lo empiezan a ofrecer

El objetivo de Fairphone es que el teléfono dure lo máximo posible. Para eso, tiene que poderse reparar y ampliar. El Fairphone 3 es el teléfono más reparable que existe (10/10) según los mayores expertos en electrónica popular:  Fairphone 3 Teardown – iFixit

El Fairphone 1 no era gran cosa técnicamente. La capacidad de la empresa entonces de encargar teléfonos era reducida y debieron conformarse con un diseño ya existente de la empresa que los manufacturaba. El mío duró 4 años, cambiando la batería a los 2. Al final, una pantalla rota para la que no había recambio, y un software ya imposible de actualizar, le dieron el KO. Fairphone 2 era más potente, aunque tuvo otros problemas (en nuestro caso, de velocidad y conectividad) . La experiencia de usuario no fue la mejor.  En cuanto a especificaciones técnicas Fairphone 3 es “gama media”. Prioriza otros valores, no el estar a la última en tecnología. 

Fairphone es una empresa social en serio. Les he seguido desde el principio, leído blogs, invitado a charlas (Bibi Bleekemolen presenta Fairphone en Life of Electronics, Londres 2014), y como decía, hasta el punto de invertir. Para mi tienen la máxima confianza.

A nivel ético hacen todo lo que pueden en un sector dificilísimo. Buscan continuamente fuentes de minerales donde se garantice que no hay trabajo infantil. Mejoran continuamente, y aunque todavía no están donde quieren llegar, están involucrando a toda la cadena de producción en los cambios necesarios. 

En reparación del teléfono, como hemos visto, están al frente. Aún así, en la búsqueda del teléfono modular total que sea reparable hasta el infinito hay que hacer mil compromisos. Un teléfono 100% modular es muy complicado y un crack como Dave Hakkens junto con Google no consiguieron poner en marcha el proyecto Ara (antes Phoneblocks) que iba precisamente de eso.

En la parte social, se involucran para mejorar las condiciones de trabajo de quienes ensamblan sus teléfonos. Como toda tecnología, es una empresa china quien se encarga. 1.50€ de cada Fairphone van destinados a un fondo para esos trabajadores, lo que les ayuda a tener que hacer menos horas extra. 

Por último, tienen programas de reciclaje continuamente en marcha y puedes mandarles tus teléfonos viejos, a cambio de un descuento de 20€ en el Fairphone 3.

No es tragedia electrónica todo lo que reluce

Cosima Dannorizter ha dirigido el documental “La tragedia electrónica”, en el que investiga el tráfico de basura electrónica. Aquí aparece el barrio ghanés de Agbogbloshie, un lugar habitual cuando se habla de las prácticas nocivas de tratamiento de residuos electrónicos.

El pasado viernes los compañeros de Equo Madrid lo proyectaron en su cinefórum y lo promocionaron diciendo que mostraba “el verdadero problema” de los residuos electrónicos. En este texto explico por qué “el verdadero problema” no es el que Dannoritzer presenta, sino otro diferente.

Durante el verano de 2014 realicé mi investigación de fin de master sobre residuos electrónicos en Agbogbloshie. Los argumentos que uso en este texto están más desarrollados en el texto completo (Tools for informal e-waste recyclers in Agbogbloshie, Ghana).

Dannoritzer, al igual que Greenpeace y Los Verdes europeos, enfoca el tema como una injusticia ambiental. En otras palabras: “nosotros los ricos del Norte consumimos, y los pobres del Sur gestionan nuestra basura“. Parece un argumento suficiente para apoyarlo desde la ecología política. Resuena además con fuerza en parte de la población del Norte consciente de que su modo de vida está reventando el planeta. Y lleva muy rápidamente a la conclusión de que es necesario prohibir la exportación de basura electrónica, como se refleja en la convención de Basilea, piden activistas veteranos como Jim Puckett, y de hecho implementa la Unión Europea en su directiva WEEE.

Y sin embargo, los residuos electrónicos ¿son realmente basura?

EwasteQuiz

¡Atención, pregunta! ¿Qué hay en en la imagen?

  • a) Viejos conectores arrancados de ordenadores obsoletos: BASURA.
  • b) Impurezas plásticas extraídas de cables de cobre para poderlos triturar: BASURA.
  • c) Conectores de corriente que pueden alimentar los motores eléctricos de un quadcopter: RECURSO.
  • d) Polímero de Cristal Líquido potencialmente reciclable: RECURSO.

(Respuesta al final del artículo)

Dannoritzer es eurocéntrica: evoca “nuestra basura”, “nuestro modo de vida”, “les contaminamos a ellos”, “tenemos (nosotros) que hacer algo”. Si se mira con lupa se ven otros eurocentrismos más ocultos como “las principales empresas que reciclan residuos electrónicos son europeas”. Los Verdes, que presumimos de tener una visión global del asunto, pensamos igual.

Y cuando escuchamos a gente de otros lugares nos damos cuenta de que nuestra visión no es global. Un buen conocedor de Agbogbloshie como DK Osseo-Asare (de quien hablaré más adelante), que se define panafricanista, dice: “Los residuos electrónicos tienen un alto valor y no deberían de salir de África; tenemos que crear nuestra propia industria de reciclaje“. Escuchemos también a quienes trabajan en Agbobloshie, que emigran desde el norte de Ghana para trabajar allí y obtienen su pan de cada día de desguazar residuos.

Dannoritzer no escucha a esta gente. Muestra, en cambio, a Mike Anane, especialista en explotar la culpabilidad del hombre blanco mostrándole residuos electrónicos de su país de origen, sea cual sea. Anane cobra 600€ por día en concepto de guía de Agbogbloshie, mientras que los chavales que queman cables ganan 60 veces menos y odian que Anane se aproveche para sacarles en documentales mientras ellos no ven un duro.

Los ordenadores que muestra Anane en Agbogbloshie tienen entre 15 y 20 años. Si en Europa son considerados obsoletos a partir de los 6 años, todo el tiempo que transcurre entre que llegan a Ghana y aparecen en Agbogbloshie han sido reutilizados en algún lugar de Accra. Desde este punto de vista de la reutilización máxima, ¿sigue siendo “malo” que haya exportaciones de ordenadores obsoletos?

En mi trabajo exploro la diferencia entre basura y recurso, y lo que significa la basura electrónica en las vidas de los que la tratan en Ghana. Investigo el ciclo económico de Agbogbloshie y qué ocurre con los materiales, y veo que sólo hay dos cosas que realmente se vierten: los cristales de las pantallas CRT (que llevan plomo) y los plásticos de los cables (que se queman produciendo una contaminación brutal). Pero el resto de los materiales: aluminio, cobre, placas base, no se vierte sino que se vende. Hay toda una red comercial, desde el basurero, al intermediario, al exportador. Quien trabaja en Agbogbloshie dejándose la salud es una pieza más de una economía circular.

La solución propuesta por Dannoritzer, Anane y compañía es “frenar las exportaciones de basura electrónica”. Esta propuesta no será efectiva por dos razones:

– Por un lado, hay ordenadores que sí que funcionan y se exportan, nuevos y usados. Africa crece, tiene grandes ciudades, universidades, y es cada vez más consumidora de electrónica. Estos ordenadores se acabarán convirtiendo en basura electrónica y llegarán a Agbogbloshie tarde o temprano.

– Por otro, enfocando Agbogbloshie desde la basura electrónica sólo se ve una parte del problema. Aproximadamente la mitad de lo que se procesa allí son coches, que se desguazan, se abren sus motores, y se amontonan sus baterías. Pero los coches, que también se reutilizan durante muchos años en África, no tienen la mala fama de los ordenadores, ni existen los “Mecánicos Sin Fronteras”. Cuando vas a ver los cables que se queman, gran parte provienen de los coches.

En mi trabajo abogo por una redefinición de la “injusticia ambiental”. Que haya exportaciones no es injusto. Lo que es injusto es que en Ghana no existan las herramientas necesarias para llevar a cabo el reciclaje con unas mínimas condiciones de seguridad, y que tengan que seguir quemando cables porque es la manera más rápida (y por tanto rentable) de extraer el cobre. Lo verdaderamente injusto es la carencia de tecnología adecuada.

Estoy del lado de DK Osseo-Asare, y de su Agbogbloshie Makerspace Platform, una organización que busca crear herramientas adecuadas conjuntamente con los trabajadores de Agbogbloshie, un empuje desde abajo, conociendo el terreno, y que apoya a aquellos que trabajan allí, tratándoles como protagonistas del cambio a quien ayudar y empoderar, y no como víctimas.

La respuesta al acertijo de la foto es “todas las respuestas son correctas”.

Los dilemas morales de la basura electrónica

Uno de los proyectos en los que estoy metido tiene que ver con la basura electrónica. En este artículo, publicado en ICTWorks, repaso los dilemas morales relacionados con su posible exportación y la situación de quienes ahora mismo se ocupan de su precario reciclaje. Si entiendes inglés, te recomiendo el artículo original: “The moral dilemmas of e-waste“. Si no, aquí va una traducción.

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Los residuos electrónicos aumentan. Cada vez se desechan más ordenadores, teléfonos y otros dispositivos electrónicos, como muestra el mapa mundial de los residuos electrónicos elaborado por StEP. La obsolescencia programada y percibida nos hace comprar cada vez más, los tiramos cuando no los consideramos ya útiles, pero no hay mecanismos de reciclaje adecuados. Como resultado, la basura electrónica se acumula. Los diferentes enfoques de gestión de residuos electrónicos se pueden presentar como un dilema:

A) La basura electrónica contiene elementos peligrosos. Los componentes electrónicos contienen tóxicos y su manipulación sin las herramientas adecuadas puede liberarlos fácilmente, provocando daños ambientales y de salud. Hasta el momento habían sido utilizados principalmente en los países más industrializados, y vertidos en algún otro lugar cuando finalizan su vida útil. Aunque la geografía de este mercado está cambiando poco a poco, algunos países siguen siendo conocidos receptores de e-waste. Ghana, por ejemplo, está atrapada entre el deseo de modernizarse comprando y reparando tecnología, y los efectos dañinos de la misma cuando no es reutilizable. La basura electrónica acaba en los vertederos, donde hay niños trabajando por menos de dos dólares al día que ponen en peligro su salud respirando vapores tóxicos y estando en contacto con materiales peligrosos. Después de todo, no tienen la tecnología necesaria para manejar ese material adecuadamente. Las exportaciones de basura electrónica deben por tanto terminar. Por eso una prohibición estricta como la que se propone en la Convención de Basilea tiene sentido (llevándola incluso más lejos hasta prohibir cualquier exportación de basura electrónica), y por eso hay que apoyar el trabajo de contrarrestar el mercado ilegal.

B) La basura electrónica es una fuente de ingresos y de una incipiente industria local. Los metales y plásticos se pueden extraer de los aparatos electrónicos y venderse en mercados locales para ser refundidos y reciclados, cerrando así el ciclo de los materiales. En Ghana, muchas familias del norte envían a sus niños a trabajar al vertedero porque valoran más el dinero que consiguen, poco pero continuo, que los ingresos irregulares de la agricultura. Para algunos países occidentales no tiene sentido extraer manualmente los metales de la basura electrónica, porque conlleva mucho trabajo manual, mientras que para otros países con sueldos más bajos es más adecuado. En contraste, componentes como los circuitos impresos sólo pueden ser reciclados en unas pocas fábricas en el Norte global (y ahora en la India también, por Attero) y por tanto pueden ser exportados de nuevo, siguiendo una filosofía llamada “Lo mejor de los dos mundos” (PDF, 1Mb). Mejorar el sector informal, incluyendo las condiciones de salud y seguridad de los trabajadores, podría resultar en una industria local del reciclaje electrónico.

Estas son las dos caras del dilema moral sobre el reciclaje electrónico desde una perspectiva global. Cuando comenzamos a desarrollar el concepto de Recyhub, un proyecto dedicado a desarrollar herramientas de bajo coste y de tecnología simple para trabajadores informales en el reciclaje electrónico, nos vimos confrontados con él. ¿Debíamos detener nuestro proyecto y volcar nuestros esfuerzos en apoyar la prohibición? ¿O debíamos ignorarla y enfocarnos en las pequeñas economías creadas por las, en ocasiones ilegales, exportaciones de basura electrónica? Recibimos este comentario de parte de una persona cercana a la administración local en Ghana: “Si se supone que queremos acabar con la basura electrónica, ¿por qué íbamos a apoyar vuestro proyecto, que la promueve?”

Para encontrar una vía de salida al dilema tuvimos que desconstruirlo ligeramente. Los flujos de basura electrónica no están compuestos únicamente por exportaciones, sino cada vez más por aparatos que se desechan dentro del país. Así que incluso si todas las exportaciones se prohibieran, los recicladores informales aún serían capaces de procesar la basura electrónica local, y los problemas medioambientales, sociales y de salud seguirían presentes.

Merece la pena encontrar una solución que considere ambas partes del debate. Idealmente, aquellos que defienden la prohibición de las exportaciones deberían reconocer que la basura electrónica es una fuente de ingresos para un número relevante de personas. Por otra parte, los defensores de la “basura electrónica como fuente de materiales” deberían pedir mejores leyes internacionales que garanticen que este mercado no se convierte en un vertido oculto. Tienen que reconocer también que la situación actual provoca daños medioambientales, suele implicar trabajo infantil, y amenaza la salud de los trabajadores, en lugares donde la tecnología necesaria para un reciclaje adecuado no está disponible. El enfoque de Recyhub pretende encontrar un punto medio. Queremos ayudar a empoderar a los recicladores informales con el uso de herramientas sencillas que mejoren sus ingresos, eviten el vertido de materiales tóxicos, y respeten su salud, vengan de donde vengan los aparatos electrónicos.

Para acabar con los efectos negativos de la basura electrónica es necesario un esfuerzo global más completo, del cual el reciclaje sólo debería de ser la última fase. Primero, el mercado debería ser ocupado por diseños modulares que permitan actualizaciones de los componentes mientras que los aparatos duran de por vida. A continuación, los materiales deberían de ser obtenidos éticamente, siguiendo la línea ya comenzada por Fairphone. Una nueva relación con la tecnología como la promovida por The Restart Project ayudaría a incrementar la vida útil de los dispositivos (reduciendo así la demanda de nuevos). Por último, el ciclo de los materiales se cerraría reciclándolos todos, el camino que Recyhub quiere seguir.

La situación en este momento es como sigue: la prohibición propuesta sobre basura electrónica veta la exportación desde países supuestamente “desarrollados” (en la OCDE) hacia países “en desarrollo” (fuera de la OCDE), aunque las transacciones entre dos países fuera de la OCDE no están afectadas. La basura electrónica continúa creciendo en todas partes, con países tradicionalmente receptores que ahora generan grandes cantidades de sus propios residuos de alta tecnología. La situación en el sector informal es grave, y los jóvenes trabajadores dañan sus vidas y su entorno a cambio de una vida precaria. ¿Escogería el lector A) prohibir las exportaciones como la causa de todos los problemas? ¿O preferiría B) aceptar la situación tal y como está, buscando mejorarla? Nosotros ya hemos dado nuestra opinión, ¿que haría usted?